Antonio de Diego Antonio de Diego
Almudena Tapia Almudena Tapia
26.09.2021

Teresa Gancedo

#Exposiciones

en la Galería Odalys

Esta exposición en la Galería Odalys supone el retorno de la obra de Teresa Gancedo (Leon 1937) a Madrid, casi treinta años después de sus exposiciones en los años noventa. Recorre unos cincuenta años de actividad creadora, desde la exposición de una primeras obras de los años setenta, planteando la representación de sus diversas temáticas, su yaciendo siempre el ejercicio de las preguntas…..

(El texto de Alfonso De la Torre continua en la web de la sala)


Por ANA GAITERO
Entrevista publicada en Diario de León el 11/01/2019

Teresa Gancedo (Tejedo del Sil, 1937) es una de las pocas pintoras que ha colgado su obra en el Musac. El domingo se clausura la exposición Todo es pintura, una retrospectiva de esta artista que desde muy niña hizo volar sus sueños sobre el papel, aunque ella asegura que todo lo que ha venido después, como ser la primera española, junto a Carmen Calvo, en exponer en el Guggenheim de Nueva York, en 1980, ha sido «casualidad».

—¿Qué siente cuando viene a León?

—Una emoción tremenda. En Cataluña siempre digo que soy de León y además de un pueblecito que no conoce nadie y antes ni salía en el mapa. Ahora ya tiene una carretera, pero antes teníamos que ir al pueblo de al lado. Íbamos a caballo con mi abuelo. Si andabas un poco más, detrás de la montaña, te encontrabas con Asturias. Es asturleonés, pero, casi, casi, también gallego. Está el vértice de las tres provincias. En Tejedo del Sil pasé cuatro años con mis abuelos durante la guerra. Cuando pasó todo, mamá se fue a Madrid y yo me quedé un tiempo.

—Luego fue a Madrid, ¿le chocó mucho la ciudad?

—En Madrid fui bastante infeliz, tenía las amigas, pero nunca como en mi pueblecito. Me ponían un papel y un lápiz y me decían: Tú pinta, tú pinta… Mientras mi abuela tejía y mi abuelo salía al campo. Viví una vida muy antigua. Allí se hacía todo a mano, no había ni un tractor porque el pueblo es muy montañoso. Veía a los que venían a ayudar a mi abuelo, que dormían en los pajares. Madrid era un rollo, había que levantarse para ir al colegio y no estaba feliz. Y además me acordaba mucho de mis abuelos. En Madrid en el colegio empecé a pintar, ponía una hoja en el medio mientras las demás tomaban apuntes, y las monjas llamaban a mis padres. Le decían que no quería aprender nada porque me gustaba dibujar. ‘¿Qué tiene de malo eso?’, les decía mi padre. ‘Como no es tonta, ya aprenderá’. Entonces me puso un profesor particular, un pintor de Huesca, que era catalán y para poder vivir fue sastre. Era buenísimo enseñando. La ilusión era que acabara el colegio e ir para allá.

—Sus estudios oficiales de arte, los hace en Barcelona. ¿Por qué eligió esta ciudad?

—Me quedé sin profesor porque le dieron el premio Roma. Entonces yo ya tuve novio y me casé muy pronto. Me hacía ilusión ir a Barcelona, porque decían que era donde había más cultura y estaba más avanzada en cuestión de arte que Madrid. En Madrid estaba el grupo El Paso y en Barcelona el de Tapies. Yo estuve más con los catalanes. Me hicieron una exposición cuando aún estaba estudiando. Y alguien me compró una obra. Me dieron la medalla de la escuela y lo pasé muy bien.

—¿Qué balance hace de su trayectoria?

—El arte en general es un sacrificio. Da una satisfacción muy grande, pero es muy sacrificada. Porque si paras es muy difícil volver. La gente no tiene paciencia. Yo tuve suerte porque casi todo me vino de casualidad. Incluso lo de venir a exponer a León. Hay que recordar que me parece que llamé a Asun y a Marga (Galería Ármaga) porque estuve con José de León —que pinta muy bien, me gusta mucho y además me parece simpatiquísimo— y fue quien me habló de sus amigas galeristas en León. Son encantadoras. Primero estaba Asun, una mujer muy lista que me dio siempre buenos consejos, y luego ya vino la sobrina.

—¿Qué ha supuesto para usted exponer en el Musac?

—El Musac era más conceptual, sí. Eso pasa siempre. Pasó en Alemania una generación antes que aquí. Beuys y algunos otros pintores conceptuales quedaron olvidados. Dura diez años una cosa y luego eso cansa y vuelven a la pintura.

—La pintura siempre vuelve…

—Siempre vuelve, siempre vuelve. Es como una especie de martillo. Y en España está pasando un poco lo mismo. No es que esté de moda ahora lo conceptual, estaba ya. Después vinieron las vanguardias y metieron a todos los chicos jóvenes. Y los que estábamos más situados, algo figurativos o conceptuales, nos quedamos así… Ahora vuelve la pintura muy fuerte. No como la transvanguardia. En América no pitó tanto lo conceptual… Todo lo de Kiefer es figurativo. Fíjate que pone una hélice en un cuadro. Cuando lo vi, con Gordillo y otros, me quedé impresionada. Era como estar en un campo de concentración nazi. Estabas viendo el nazismo en la propia esencia. Nunca he visto una cosa igual. De ahí empezó a salir la transvanguardia… Me interesan solo tres o cuatro. Se pagaba muchísimo por estas pinturas y algunas las han tirado porque se estropean. Fue una revolución que no hizo el efecto que tenía que hacer. El arte está preguntándose muchas cosas y aceptando muchas cosas que no se aceptaban.

—¿Por ejemplo?

—Antes no se hablaba de los ingleses prerrafaelitas. Yo recuerdo que nos quedábamos anonadadas con la belleza de esta pintura.

—Hábleme de su pintura.

—Yo no entendía eso de meterse en un estilo. El estilo lo hace la persona. Rothko, otro pintor que hizo mucho por el arte abstracto, a mí no me dice nada. Es culpa mía porque hay algunos fantásticos. Y de los realistas, si son buenos, me encantan. Antonio López García, por ejemplo. Tapies hizo un artículo desprestigiando su pintura. No lo entendí. Porque no tiene nada que ver con los realistas de antes. Como Antonio es tan buena persona, ni contestó.

—Dijo Antonio Gamoneda, de la primera exposición que hizo en León, que en su pintura late una lucha de la naturaleza contra un mundo tecnificado, el maquinismo. ¿Lo ve así usted?

—Puede ser. El mundo tecnificado es todo lo contrario a mí. Si me ponen a mí de ejemplo de mujer que no le gusten los aparatejos, soy yo. Hay esculturas, por ejemplo, que las hacen en una caja de madera y el trabajo gordo lo tienen los fundidores. Pasa con el grabado. Yo he tenido premios, pero ver cómo se hacen los grabados no me apetece. Me gusta terminar lo que hago con el buril. Hay una cosa que para mí es mercantil totalmente y no me interesa. Me interesa muchísimo el grabado pero cuando era manual. Ahora hay quien hace las cosas hasta con ordenador. La cabeza tiene que funcionar. Los humanos tenemos un ordenador que es más inteligente. Yo prefiero hacer una carpeta de dibujo.

—El mundo vegetal y femenino que representa en su pintura, ¿qué significa?

—Yo siempre digo que no soy feminista. Hay que ver el presente que tenemos. Creo que ahora la mujer está bastante bien, aunque es cierto que se llega a un tope y es muy difícil ver mujeres en las altas esferas. Pero dentro de nada lo estarán.

—Usted ha logrado abrirse camino tal como es…

—Yo mujer corrientísima, casada con dos niños, me gustan los hombres y los defiendo. Los que iban a la guerra y a la mili eran los hombres. Nosotras nos saltábamos esto. No nos hemos saltado lo que es propio de nuestro sexo, como parir, que verdaderamente era horroroso. Cuando tuve a mi primer hijo no imaginaba que una persona pudiera sufrir tanto. Luego te das cuenta de que el niño, al nacer, sufre lo mismo.

—Me refería al potente mundo femenino de su pintura.

—Si me dan a elegir entre nacer hombre o mujer, elijo mujer. Veo las ventajas que tenemos a pesar de las desventajas. Las mujeres disfrutamos mucho más un pequeño éxito. El hombre, por lo general, siempre piensa que merece más. En aquel momento, en Barcelona no había casi mujeres, pero sí alguna. Yo conocí a alguna de las mayores, como la Mallo.

—Conoció a Maruja Mallo?

—Sí, en una galería que también querían exponerme a mí, pero yo estaba con Vijande. En Madrid había muchas galerías y nos trataron muy bien a los catalanes. Eso lo tienen que reconocer. Yo tengo un amigo separatista, al que quiero mucho, que me llamaba extranjera y era tremendo porque no quería ir ni al Museo del Prado. Yo quería ir y me puse con él… Luego me lo encuentro un día en Arco.

—¿Cómo ve ahora Cataluña en comparación a cuándo usted fue, que era el referente cultural?

—Veo que ha perdido mucho y ha perdido cultura. Eso es importante. La gente se mete unas cosas en la cabeza como pensar que todo les pertenece y son los mejores. Al principio nos trataban maravillosamente bien. Mi marido era ingeniero de Caminos y como allí no tenían, era un respeto.

—¿Llegó a dar clase a Miquel Barceló?

—No, coincidimos en el tiempo, pero él no iba a la clase de la tarde. No le he tratado. Una amiga mía pintora me decía que no era de los mejores de la clase. Pero mira… Para mí es un hombre que ha tardado en asentarse. Ahora hace cosas completamente distintas. Cuando salió era más bien tirando a los italianos, luego se pasó a Kiefer. Tuvo una época muy buena de los blancos. A mí me gusta, aunque no me parece tanto como se dice.

—¿Qué ha significado para usted ser enseñante de arte?

—Primero empecé por los más jóvenes y ahí aprendía mucho. Yo creo que los dos primeros años de carrera son fuertes y salen muchos que pueden ser buenos. Te das cuenta enseguida y es raro que te equivoques. Es como los galeristas… Enseguida ven al que no es tan bueno, pero va a ser vendible o al que es muy bueno, pero no vendible. Los galeristas lo pasan muy mal. Tú puedes romper tu obra si no te gusta, pero un galerista no puede.

—¿Qué mujeres artistas recuerda de aquella época?

—Cuando estuve con Vijande había muy pocas mujeres en la nómina de artistas. Fue el único y el último galerista que pagó a los artistas cada mes. Había un grupo muy bueno, pero aquello se rompió cuando empezó la trasvanguardia.

—¿Qué recuerdo tiene del Guggenheim?

—Fantástico. Era todavía alumna. Todo empezó por una chica de Burgos, Marisa, que abrió una galería un poco de este estilo y mucha gente buena salió de ella. Luego se los cogían las grandes. Allí fue donde Vijande me vio y me cogió para su galería. Empecé una en Madrid y desde allí a América. Fue todo una casualidad. Lo mío es una casualidad. Si es malo, también es casualidad. No voy buscando nada. Me gusta pintar. A veces mi hijo me dice que soy tonta, que soy mala negocianta. ‘No te pareces a tu padre’, me dice, porque cuando veo que a alguien le gusta mi obra de verdad, la regalo.

—¿Por qué se quedó con el apellido materno?

—A mí me gustaba mucho el González por Julio González que es un fuera de serie. Yo al principio ponía González Gancedo, pero el galerista me dijo que salía mucho el González y ahora hay muchas Gancedo. No es porque quiera más a madre, que la quise mucho porque era una preciosidad de mujer. Pero a mi padre… Era bueno, prudente y le salían todas las cosas bien. Y aprendió de cero.